Me propongo desarrollar en esta y tal vez alguna próxima nota, una valoración del mensaje de Rodó y un balance de su permanencia. El 15 de julio se cumplirán ciento cincuenta años de su nacimiento. En 2017, en el centenario de su muerte, el profesor Hugo Achugar dictó una conferencia -"La muerte de Rodó"-, en la que con honestidad intelectual y en carácter de justo balance se preguntaba: "¿Está muerto Rodó?". Pregunta pertinente para todo el que confronte su pensamiento y su prédica. Cabe planteárselo, cuando el escritor murió lejos de su patria, en una Italia que vivía la primera guerra, en un momento que se ha reputado como el de los estertores de un mundo y el inicio propiamente del siglo XX. Un Rodó que -según su diario de viaje- parece despedirse de ese mundo y esa cultura en que ancló, por los valores, el tono de su prédica y la calidad escultórica de su estilo. Como bien dice Achugar, cada uno se responderá la pregunta.
Aspectos de mi balance.
Habría que ir por partes. El hecho de que estemos al cabo de un siglo y medio confrontando con Rodó, es una primera evidencia de su valor permanente. Sigue siendo manantial incesante. Cada hombre es producto de su circunstancia; y tendríamos que relevar cada mojón de su historia para evaluar la razón y consecuencias de su acción. Rodó irrumpió en un momento completamente hostil, que le hizo sufrir los mayores extremos de dolor en su peripecia personal. Y en un medio dominado por el positivismo filosófico y el culto de las apariencias sensibles. "Su afán calaba más hondo - como dice Lockhart ("Rodó y su prédica", Ed. Banda Oriental, 1982)-, y de su alma tensa, abrumada por la medianía irresonante de la vida en torno (...), habrá de brotar, en la última frase de 'El que vendrá', el grito angustioso que lanzara un personaje de Gautier: '¡Tengo más sed que el desierto!' ".
A impulsos de esa sed, Rodó orientará su prédica a exaltar los ideales más altos de la vida; y en su devoción por Grecia, a consagrar como valores absolutos el bien y la belleza. Tal como lo preconiza en "Ariel", la síntesis perfecta es la de las dos culturas de la antigüedad: a la cultura griega, que exalta los espíritus superiores, sumará la del cristianismo con su mandato de amor.
En eso rinde tributo a su época. Pero cabe reconocer por ahora, que su mensaje no es político -salvo en sus alcances últimos y más vastos-, sino predominantemente moral, y está dirigido, como lo muestran los máximos exponentes de su magisterio -"Ariel" y "Motivos de Proteo"- a cada uno de sus destinatarios: es una apelación personal de jerarquía axiológica. En esa perspectiva, su mensaje sigue encerrando contenidos de indiscutida permanencia. Rodó habla al alma de cada quien. Y la fórmula "reformarse es vivir", no tiene afincamiento en ninguna contingencia: es de un valor universal. La perspectiva dinámica del ser en un irse haciendo en devenir continuo, como se postula en "Motivos de Proteo", es una apelación apasionada a la vida.
La belleza
Como asimismo la hegemonía de lo bello: " ...es el sentimiento de lo bello, la visión clara de la hermosura de las cosas, el que más fácilmente marchita la aridez de la vida...", dirá en "Ariel". Se infiere fácilmente que en el idealismo de Rodó, esa visión clara de la hermosura de las cosas, es imperativo de una legalidad inmanente al mundo. Esta convicción, a más de un siglo de distancia, en un presente que ha hecho trizas toda visión unificadora del mundo y de la historia y cualquier representación del sentido -"modernidad líquida" como la ha llamado Bauman-, esto parece lejano, casi esotérico, y sin embargo imprescriptible.
Una consoladora pero dolorosa belleza, porque siendo el símbolo del todo, nos afecta de una aspiración y una nostalgia insaciables.
Les hago a mis lectores una confesión: la sentencia de Rodó -"dar a sentir lo hermoso es obra de misericordia",- que aparece en la tercera parte de "Ariel", ha sido el lema que presidió el ejercicio de mi profesión. Y cada clase que dí de literatura, fue para mí -procuré que lo fuera- un acto de misericordia.
Ya volveré, después de esta provisional reflexión, a otros aspectos de su pensamiento.